Los ojos de Lidia
Llámame insistencia
Llevaba un día gris en la expresión intensa de la cara. Pero no era un
lunes, sino una honda y acerada pena. Entonces la miré y le dije:
-Tienes los ojos tremendamente claros, tanto que se ve la lejanía
en la que habitas. Pero tú te muestras oscura como las tormentas del
atardecer y tu frente está llena de tribulación ¿Dónde quedan los
brillos contagiosos de la luz, los alargados labios de la risa, los
brotes alegres del deseo que se ofrecían ingrávidos a la primavera, la
ternura de los sueños aterciopelados en el silencio nocturno de las
almohadas? ¿Dónde está la voz que promovía canciones de felicidad allí
donde reinaba el desconsuelo y la tristeza? ¿Puedo contemplarte con los
ojos de la interrogación, entreabriendo los labios para que adquieran
realidad las intuiciones? Y si es así, dime: ¿puedo llamarte noche
interminable, velo pertinaz y declaradamente opaco? ¿Puedo llamarte
venda, apagón, eclipse, fotografía del subsuelo…? O, más sencillamente:
¿puedo llamarte sombra?